martes, 25 de septiembre de 2012

El pomo. El pomo es el último de casa en despedirte.
Y de la ciudad, los raíles oxidados.
Yo no me atrevo a mirar por la ventana.

El timbre cuando llegas
es el sonido al revés de tu suspiro en mi mejilla
cuando te vas.
A ti también te cansan estas cosas.

Bajo la cabeza y corro la cortina de mi pelo
de flores, dibujos de niños pequeños y música grunge
porque no quiero que veas que estoy nublada.

Que me entran calambres de frío
porque los electrodomésticos están mojados.
Pulmones, corazón, caderas y esas cosas.
Sé que el diagnóstico es artritis en cada articulación de palabra
y no sé quedarme en blanco, sino en negro
como las cosas que se apagan.

No me atrevo a fregar el pasillo ni las sábanas
si lo que queda de ti es el barro de las suelas
procuro dormir con él vestida en cama.
Calada. Hasta los besos.
Me consumías y mojabas con tu lengua al mismo tiempo.
Calada. Y mi humo era mi aliento.
Mis cenizas te quemaban la piel. Perdón por eso.

No me atrevo a cerrar los brazos
por si ahorco tu fantasma.

Que sí que me gustan tus despedidas, en el fondo
pero no las consecuencias, eso nunca.

Y a las diez de la noche parezco la palabra decadencia
ya desde el mediodía.
Cuando te llamo decido llamarte el señor filosofía
porque no hay respuesta. Qué gracia.

Bueno, que te dejo en un sobre todo lo que pueda servir
para un tanatorio no muy macabro
y una sonrisa un poco triste de recuerdo.